La teoría de los seis grados explica básicamente que cada persona está conectada con el resto de la humanidad a través de una cadena que tiene como máximo cinco intermediarios. Por si no quedo claro, el tema es así: yo soy A y conozco a B, como B es amigo de C yo también estoy unido a éste de forma indirecta. Siguiendo este proceso de enlaces estamos vinculados a todos los habitantes del planeta en sólo seis pasos.
La idea me parecía interesante hasta que el pasado sábado, decenas de mujeres alicantinas en edad de merecerme, me convencieron de lo contrario. Con toda la alegría y el desparpajo que algunos litros de vino barato proporcionan, me pasé la noche intentando abordar a rubias y morochas argumentando que las conocía, y expuse la teoría aprendida ante sus caras de desconcierto, asombro, rechazo y lástima.
Obviamente que ninguna me dio bola, pero eso no me sorprendió en lo absoluto, de hecho es lo típico de cada fin de semana. Sí me llamo la atención, en cambio, el repertorio de respuestas dirigidas a calificarme de idiota, payaso, borracho y demente. Incluso recuerdo una petisa de falda corta y escote pronunciado que me dijo: "Mira que me han contado historias poco creíbles los argentinos, pero gilipolleces como las que dices no había escuchado nunca.
Ahora estoy completamente desorientado y pido que me ayuden a resolver este dilema. ¿El húngaro que se inventó la teoría era un salame o es que las mujeres no entienden los discursos inteligentes? Quizás el tonto soy yo por enredarme siempre en una parte de la explicación, la que dice que el número de conocidos crece exponencialmente con el número de enlaces de la cadena. Es que cuando me pongo a hablar de números entró en un mar de confusiones y me pierdo. Será que para algunas cuestiones soy bueno y para otras no. Evidentemente, las mujeres y las matemáticas son dos cosas que en la puta vida voy a lograr entender.
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